Fue hace 9.000 años, en una zona de lo que actualmente es Turquía junto al mar de Mármara. Allí, entre pastores de ovejas y cabras, los yacimientos arqueológicos encontraron algunas de las primeras vasijas, y dentro de ellas, los primeros restos de leche de los que tenemos constancia. Pero que sepamos el cuándo no necesariamente implica que también conozcamos el porqué. De hecho, no tenemos la menor idea.
Tengamos en cuenta que alrededor del 68% de la población mundial es intolerante a la lactosa, el azúcar que hay en la leche y productos lácteos derivados, pero en realidad ahora estamos mucho mejor que en aquella época. Que la mayoría de mamíferos no puedan digerir la leche tras la infancia no es casualidad. Nosotros tampoco podíamos.
Por qué bebemos leche tras la niñez
Se cree que fueron las primeras sequías provocadas por las glaciaciones las que, además de empujar a la humanidad más allá de su lugar de origen en África, invitaron a la población a acercarse a la leche como fuente de hidratación. En esa situación, según la teoría, aquellos que gozasen de una mutación que permitiese digerir la leche tendrían mayores posibilidades de supervivencia que el resto, lo que a la larga implicaría más y más descendencia traspasando esa ventaja.
Que más allá de eso se popularizase su uso alrededor del globo, de la mano de granjas que iban desde las ovejas y las vacas hasta los camellos y los renos, tiene bastante que ver en cómo los yogures y cualquier otro sistema mediante el que fermentar la leche, reducen la lactosa y los hacen más digeribles para quienes no gozan de esa mutación. El queso, una vez más, la respuesta a todos nuestros problemas.
Imagen | Mina Rad
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