Se publicó en 1487 y, durante casi 200 años, el único libro que pudo superar su ritmo de ventas fue la Biblia. Un auténtico best seller que, por acercar aún más el símil, era como el Harry Potter de la época. Se llamaba el Malleus Maleficarum, El Martillo de las Brujas en latín, y era un completo manual para identificar, interrogar y castigar la práctica de la brujería, especialmente cuando había mujeres de por medio.
Aunque algunas regiones ya ponían especial hincapié en la caza de brujas -así, en femenenino- antes de su publicación, fue este libro el que terminó por extender la persecución de mujeres bajo acusaciones de brujería por parte de las instituciones, ya no sólo durante el último tramo de la Edad Media, sino también en buena parte del inicio del Renacimiento.
El martillo de las brujas que impulsó su caza
Detrás de él estaba Heinrich Kramer, un inquisidor alemán que engañó al Papa Inocencio VIII para que ratificara la autoridad de los inquisidores a la hora de ocuparse de los delitos de brujería. Tras recibir la bula papal que apoyaba esa idea, la incluyó como prólogo de su libro con la intención de certificar que todo lo que allí se escribía tenía la aprobación de la Iglesia. Eran auténticas barbaridades.
En la primera parte del libro se encargaba de explicar por qué existía la magia, proclamando que Dios permitía esos males para que los buenos cristianos pudieran perseguirlos y erradicarlos, evitando así que el Diablo no ganase un poder ilimitado. Ponía especial énfasis en las mujeres y las brujas porque, según su propia voltereta mental, la palabra "femina" venía de "fe" y "minus" para declarar que ellas no tenían fe.
La segunda parte incidía aún más en cómo las mujeres eran débiles y establecían pactos con el Diablo, mientras que la tercera, la que muchos estamentos oficiales tomaron como carta blanca para cometer algunas de las mayores barbaridades que ha perpetrado nuestra civilización, explicaba cómo detectar, enjuiciar y destruir a las brujas.
Como la bula papal remarcaba que los inquisidores eran la autoridad en lo que a brujas se refería, si un inquisidor decía que era una bruja no podía estar equivocado, así que frente a la falta de la presunción de inocencia cualquier respuesta no afirmativa se veía como una mentira, y se torturaba a la acusada o quienes la defendiesen hasta reconocer lo contrario.
Pese a que cierta parte de la Iglesia acusó a Kramer de fraude e incluso lo llegó a enjuiciar, no fue hasta 1657 que el Vaticano prohibió la caza de brujas. Lamentablemente la orden tardó mucho más en extenderse que el Malleus Maleficarum, y 125 años después se celebraría en Suiza el último juicio por brujería del que se tiene constancia.
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