Siendo pendenciera, ludópata y ladrona, y habiéndose llevado por delante la vida de 10 hombres, entre ellos su hermano, lo cierto es que la historia de Catalina de Erauso está lejos de ser la de una princesa Disney. A kilómetros, diría yo. Pero sí es uno de los casos más famosos de una mujer que, haciéndose pasar por varón, consiguió ganarse el favor del rey y el papa.
Fueron precisamente ellos los que, tras escuchar unas hazañas dignas de las mejores aventuras del Siglo de Oro, le perdonaron la vida y permitieron vestir como un hombre sin miedo a represalias. A partir de ese momento, por su pasado y sus éxitos en combate, se le conoció como la monja alférez y sus periplos terminaron convirtiéndose en película cientos de años después. Nada que ver con la Mulán de Disney, eso sí. Esta es su historia.
Catalina de Erauso, la Mulán del País Vasco
Nacida como Catalina de Erauso y Pérez de Galarraga en San Sebastián en 1592, Catalina tiene la mala suerte de ser la pequeña de seis hermanos en una familia muy dada a procrear pero poco interesada en sacar adelante su familia. A las cuatro hermanas las meten en un convento, teniendo ella apenas cuatro años, para que se conviertan en monjas.
Saltando de un convento a otro por culpa de su nula intención de seguir una llamada divina, termina en el más duro de la zona, donde las vejaciones e insultos le empujan con 15 años a escapar de aquella vida robando dinero, unas tijeras, hilo y una aguja. Herramientas que utilizaría para cortarse el pelo y modificar su ropa reapareciendo días después como un muchacho.
Así saltó de casa en casa trabajando como sirviente y robando todo lo que pudo mientras huía de encontronazos con familiares que, según ella, nunca la reconocieron. Entre peleas y problemas con el juego, pasó por la cárcel en varias ocasiones hasta que se unió al ejército para ir a luchar en América. Es allí donde, entre robos y deudas de juego, empezó a desenvainar la espada con mayor asiduidad.
Aludiendo a otra princesa Disney, Catalina tuvo la suerte de tener siempre una iglesia acerca en la que acogerse a sagrado cuando las cosas se torcían, lo que le libró no sólo de la cárcel en varias ocasiones, sino también de ser ejecutada. Nada impidió, en cualquier caso, que terminase acumulando celebradas victorias contra las tribus a las que se enfrentaba, lo que le granjeó oro suficiente como para terminar licenciada.
Sin embargo su obsesión por el juego siguió causándole problemas hasta que, tras matar a uno de los guardias que la perseguía y herir a otros dos, la encarcelaron, juzgaron y sentenciaron a muerte. Fue precisamente ese el momento en el que Catalina confesó su condición.
La verdad es ésta, que soy mujer
Tras demandar audiencia con el obispo de Guamanga, en Perú, se plantó ante don Agustín de Carvajal y relató su historia con la intención de ser perdonada por sus pecados. Esta fue su confesión.
"La verdad es ésta: que soy mujer, que nací en tal parte, hija de Fulano y Zutana; que me entraron de tal edad en tal convento, con Fulana mi tía; que allí me crié; que tomé el hábito y tuve noviciado; que estando para profesar, por tal ocasión me salí; que me fui a tal parte, me desnudé, me vestí, me corté el cabello, partí allí y acullá; me embarqué, aporté, trajiné, maté, herí, maleé, correteé, hasta venir a parar en lo presente, y a los pies de Su Señoría Ilustrísima"
Tras certificar el obispo mediante dos matronas que no sólo era mujer, sino que también seguía siendo virgen, se acogieron al hecho de que había sido monja para perdonarle la vida y permitirle vivir en un convento, donde fue enclaustrada durante dos años hasta que se descubrió que, pese a haber sido novicia, en realidad no tenía ninguna vocación y escapó antes de tomar los votos perpetuos. No tenía ningún sentido dejarla allí.
Convertida ya en una celebridad, arrepentida de sus actos y perdonada por virreyes y arzobispos, decidió dejar América para volver a España y, aprovechando el viaje, escribió sus memorias para entregárselas al rey Felipe IV como confesión. Es gracias a esas memorias que ha llegado hasta nosotros su historia.
Ensimismado con su relato, el monarca le permitió mantener su graduación militar, le concedió una pensión anual por sus servicios a la Corona, y la apodó monja alférez. Tras ello, viajó hasta Roma para hacer lo propio con el papa Urbano VIII que le concedió "entre otras muchas mercedes, la de permitirle usar el traje de hombre" y ante los presentes dijo "Dadme otra monja alférez, y le concederé lo mismo".
Arrepentida realmente o no, hasta aquí llega su fama y se desconoce qué fue de la mona alférez. Sabemos que regresó a América y creemos que se dedicó al transporte de pasajeros y equipajes desde el puerto de Veracruz a la ciudad de México.
Se cree que pasó a mejor vida en la ciudad de Cotaxtla, en algún punto entre 1630 y 1650, pero se desconoce si le ocurrió trabajando o en una de sus famosas peleas callejeras. Nada impidió, en cualquier caso, que se convirtiera en leyenda.
Imagen | Doofboy en Midjourney
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