Final Fantasy VII Rebirth me está trayendo de cabeza. En ocasiones, me parece una forma magistral de reescribir, rehacer y ‘remakear’ un juego; pero otras me parece un atentado contra la memoria del juego original. Sus ciudades son fantásticas. Han sabido coger perfectamente el tono y la energía de las del juego original, añadiéndoles muchos más detalles, coherencia y vida.
Square-Enix ha aprovechado que ahora su juego tiene un mundo abierto para contar con él más historias. En el original, no quedaba muy claro el sistema político que regía su universo. Sabíamos que Shinra tenía mucha presencia, pero, ¿desde cuándo? ¿Por qué? Ahora sabemos que antes había una república con una arquitectura y una cultura muy concreta. Caminamos sobre sus ruinas, conocemos a quiénes la añoran y, también a quienes sobrevivieron a ella.
Otro detalle fantástico es la verticalidad de este mundo. Sus montañas, lagos, barcos hundidos, cavernas secretas, etc, son fantásticas, y lo son por la orografía del terreno, por su tridimensionalidad. Si nos ponemos a analizar sus misiones secundarias, hay algo que me ha gustado mucho. Hasta la tarea más anodina está empapada de lore. De pronto, a Barret le da por preguntar algo a Cloud, y este le habla de cuándo abandonó su pueblo natal y por qué.
Qué gustazo es recorrer el mundo de Final Fantasy VII Rebirth, casi siempre
Esto es genial, porque así nos ahorramos tener que buscar notas o escuchar cintas de cassette para obtener esta información. Todo este lore aparece de una forma muy natural, como conversaciones ligeras mientras los protagonistas están trabajando. Sin embargo, todos estos aciertos no son capaces de ocultar lo que creo que son graves problemas.
Quiero insistir en algo que he dicho en el párrafo anterior: “creo”. Lo que vais a leer a continuación es una opinión personal con la que estoy seguro que no todos comulgaréis, pero con la que otros estaréis 100% de acuerdo. Son una serie de detalles que me están impidiendo disfrutar completamente de este viaje, y que me encantaría que no estuvieran en el siguiente capítulo de esta trilogía. Tranquilos, no hay ningún spoiler más adelante.
El primer y gran problema es la estructura de Final Fantasy VII Rebirth. Primero llegas a una ciudad fantásticamente diseñada. En ella, la trama avanza, ¡y cómo avanza! El juego sabe perfectamente qué botones tocar para mantenernos enganchados con los cambios que se han hecho sobre el guion original. Cada vez que la cámara enfoca a Tifa o a Aerith, no puedo quitar la cara de la pantalla.
Tras estos momentos, suele haber una batalla trepidante contra algún boss. Las peleas de Final Fantasy VII Rebirth me tienen enamorado, y se han añadido materias nuevas para automatizar ciertos procesos que las hacen todavía más ágiles. El problema es que, tras estas dos magníficas porciones de juego, llega el aluvión de misiones secundarias.
Maldito Chadley
Sales al mundo abierto y toca hacer tareas. Primero, hay que buscar un chocobo específico, encontrar unos lugares concretos para activar unos chismes y luego enfrentarse a la invocación de turno, localizar zonas de extracción, excavar… Pero el problema de todo esto no son estas misiones en sí, sino Chadley, ese desagradable niñato al que mataría todos los días de mi vida.
Los problemas que tengo con este ser es que me recuerda al típico jefe de equipo de empresa de tecnología que se cree guay, pero que es un petardo. Solo le falta soltar frases motivacionales a lo Mr. Wonderful para ser completamente detestable. Chadley es quien nos encarga las tareas, pero no solo hace eso, sino que evalúa lo que hemos hecho y nos premia. Por su culpa, siento que no soy yo el que decide realizar estas misiones secundarias, sino que las hago para satisfacer al idiota de mi jefe.
En consecuencia, tras pasármelo muy bien en las ciudades y genial matando a bosses, siempre pienso: “y tras jugar, ahora me toca trabajar”. Cuando decidí dejar de hacer estas tareas, apareció Chadley y me dijo: “vaya, Cloud, sé que estás muy ocupado, pero agradecería mucho que hicieras las tareas que te pido”. Es decir, Chadley no solo es un jefe puñetero, sino que es un agresivo-pasivo de manual.
Y, por si fuera poco, cada vez que haces algo bien, te llama al móvil. No te manda un WhatsApp ni un mensajito de voz, no. Te obliga a detenerte, a sacar el móvil, a escucharle y a aguantar con una sonrisa cómo te manda más trabajos. Honestamente, no entiendo la presencia de este personaje. Puede parecer que todo esto lo estoy diciendo medio en broma, pero juro que me está amargando la existencia.
Las misiones de Rebirth están mal gamificadas
Sé lo que estáis pensando, que puedo saltarme todo esto y avanzar directamente a las ciudades y a la trama principal. Sí, los fumadores pueden dejar de fumar, y la gente que está triste puede dejar de estar triste, obviamente, ¿verdad? Pero no es tan fácil. Si no subes de nivel en esas misiones, esos jefes tan chulos que salen al seguir la historia se hacen cuesta arriba. Además, te pierdes el lore que tienen. Así que, del mismo modo que estamos obligados a currar secuestrados por una nómina y un pago al mes del alquiler, en Final Fantasy VII Rebirth estamos atrapados en las garras de Chadley.
Lo peor de todo esto es que, pensar tanto en este niñato, estar haciendo el tonto con tareas secundarias o jugando al escondite con los chocobos, le acaba echando demasiado agua a la salsa del juego original. Se diluye su cadencia, su tono serio y el peso que tienen sus temas. Con esto no estoy diciendo que haya que eliminar el contenido opcional en un mundo abierto como este; para nada. De hecho, hay alguna que otra misión muy simpática, pero sí que hay que dejar de diseñarlas pensando en que somos perros y que necesitamos una correa que tire de nosotros.
Final Fantasy VII Rebirth Amazon Edition
Final Fantasy VII Rebirth debería liberar más al jugador, no transformar lo divertido en trabajo, desligar su sistema de niveles de las misiones y no ser tan brusco en la forma en la que separa sus distancias partes. Si arreglara esto, nos quedaría un ejemplo perfecto para futuros mundos abiertos. Nomura, mata a Chadley; o ponle una cremallera en la boca para cerrársela.
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