Desde que era un crío, siempre he sido un apasionado del cine de aventuras. Recuerdo vívidamente aquellos días en los que me quedaba embobado frente al televisor, maravillado por las hazañas de intrépidos exploradores y las maravillas que descubrían en tierras lejanas. ¿Los sábados por la mañana? Películas de Tarzán en La 1. En blanco y negro. Tampoco es que hubiera muchos más canales más en aquel entonces… Vamos, que había otro. Chimpún. Sí, soy así de viejo. El caso es que ese fue el caldo de cultivo para que años más tarde Congo dejara una marca imborrable. Una película que, lejos de ser una obra maestra, desató en mí una fascinación por los misterios de antiguas civilizaciones perdidas.
Un Intento de replicar el éxito de Parque Jurásico
Parque Jurásico había arrasado en los cines, cautivando a espectadores de todas las edades con su emocionante historia sobre dinosaurios resucitados. Siguiendo la estela del éxito de Steven Spielberg, los estudios buscaban con fervor la próxima gran adaptación de Michael Crichton. Así fue como surgió Congo en 1995, una película que aspiraba a emular el fenómeno de su predecesora, pero que, lamentablemente, se quedó muy atrás en el camino. Muy, muy atrás.
La trama de Congo nos embarca en una emocionante expedición en busca de una antigua ciudad perdida en el corazón de la selva africana. Ojo, que estaba dirigida por Frank Marshall, uno de los hombres clave tras el éxito de Indiana Jones. Con elementos de ciencia ficción y acción, la película presenta a un variopinto grupo de personajes, entre los que destacan Karen Ross (interpretada por Laura Linney), Peter Elliot (Dylan Walsh), el mercenario Monroe Kelly (Ernie Hudson) y un extravagante filántropo, el inolvidable Herkermer Homolka (Tim Curry). Juntos, se embarcan en una peligrosa aventura plagada de peligros y misterios, enfrentándose a gorilas asesinos, rivales codiciosos en su búsqueda de tesoros perdidos y una cantidad insultante de incorrecciones científicas, apropiaciones culturales de lo más políticamente incorrectas. Eran otros tiempos.
Mi fascinación por la antigua Ciudad de Zinj y sus guardianes albinos
Lo que más me atrajo de Congo fue la idea de una antigua civilización perdida que utilizaba gorilas albinos como guardianes de sus tesoros, una idea maravillosa que iba de la mano de los delirios arqueológicos de gente como Erich von Däniken y sus teorías seudocientíficas. En cualquier caso la idea de explorar ruinas ancestrales y descubrir los secretos ocultos en lo más profundo de la selva africana me parecía apasionante, y Congo ofrecía una versión ficticia pero emocionante de este concepto.
Pero Congo no venía sola. Tras ver la película, me sumergí en la novela homónima de Michael Crichton, mucho más interesante- Como todo lo que escribía Crichton, la novela estaba impregnada de una endeble pátina científica que añadía profundidad y credibilidad a la trama que sigo encontrando maravillosa en todos sus libros. Y tras el libro, un juego infumable, Congo: Descent into Zinj que consistía en pasearse por la selva resolviendo puzles y tratando no ser cazado por los gorilas de la película. Era una especie de versión ortopédica del comecocos en visión subjetiva de gráficos prerenderizados en que el que cada movimiento suponía una pantalla, como aquellos viejos explorador de mazmorras en primer personal de la Era Spectrum.
El juego, que usaba también escenas de video de esas en las que un actor que te cae mal te dice lo que tienes que hacer, estaba completamente en inglés. Al menos mi versión, sospecho que no llegó a salir doblado, y si os soy sincero, no recuerdo tampoco que estuviera traducido. Con todo, lograba abrirme camino por África a base de esfuerzo, tiempo, y a pesar de no entender nada, de las farragosas mecánicas y de los complicados puzles. ¿Por qué volvía una y otra vez al juego si lo odiaba? Es complicado, tenía una rleación tóxica con él: recordaba lo que me gustaba la película y olvidaba lo malo que el juego era conmigo.
A pesar de sus defectos y su estatus de serie B, Congo sigue siendo una película legendaria que ha dejado una huella imborrable en la cultura popular. Un placer culpable en toda regla, pero sé que no soy el único de mi quinta al que le gusta esta película. Su combinación de acción, aventura y misterio la convierte en un clásico de culto, tan fallida como carismática, a la debo muchas horas de diversión y entretenimiento, y siempre la recordaré con cariño. Tal vez ya no queden grandes misterios ocultos en las profundidades de la selva africana, pero siempre tendremos Congo.
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