Aunque los hemos asociado a Drácula, Transilvania, y la época victoriana, en realidad el mito de los vampiros va mucho más atrás. La idea de los succionadores de vida se ha ido transformando con el paso de los años y los retos a los que se ha visto sometida la humanidad. Llamados de distintas formas dependiendo de la época y la región, el más antiguo que conoce el mundo de la antropología se remonta a 6.000 años atrás, a lo que los sumerios conocían como Edimmu.
La esencia en todos los casos viene a ser la misma. Alguien que vuelve de entre los muertos para absorber la vida de los vivos, pero el mito del vampirismo poco tenía que ver con las capas negras, los murciélagos y los colmillos por aquel entonces. Los espíritus a los que los sumerios hacían referencia escapaban del cuerpo de los muertos como si fuesen un viento mágico para acercarse a los vivos mientras dormían y absorberles la vida.
El origen del mito vampírico
A partir de ahí la idea empieza a evolucionar adaptándose a distintas culturas, así que para encontrar el origen del vampiro tal y como hoy lo conocemos hay que viajar en el tiempo hasta la Serbia de 1725. Allí, en el pueblo de Kisilova, Peter Plogojowitz volvió a casa de noche, se sentó a la mesa, y le pidió a su hijo algo de comer.
Estaríamos ante una estampa bastante normal de la época de no ser porque Peter había muerto recientemente, y el incidente se resolvió con la muerte repentina del niño de la familia y otros nueve aldeanos. Cuando el pueblo acudió a la tumba de Peter para comprobar la historia de la mujer, descubrieron unos perturbadores dientes largos y manchas de sangre en las comisuras de la boca.
Como suele ocurrir en estos casos, la noticia corrió como la pólvora, extendiéndose por Europa como un teléfono escacharrado que terminó dando origen al mito que hoy en día todos conocemos. Pero lo que desconocían todos aquellos pueblerinos, que procedieron a clavarle una estaca en el corazón y quemar el cuerpo para que no volviese a aterrorizar al pueblo, era que cuando el cuerpo empieza a descomponerse tiene dos particularidades.
La primera de ellas es que la piel se encoge, dejando así los dientes más a la vista y creando la sensación de que han crecido. La segunda, que nariz, oídos y boca pueden segregar una sustancia oscura y espesa que puede confundirse con la sangre a causa de esa misma descomposición. Frente al desconocimiento, nada evitó que el mito se apoderase de todo Europa y, con la llegada de la plaga y su vertiginoso mar de muertes, la idea del vampiro creció aún más mientras se les otorgaban más poderes como el de poseer poderes mágicos para arrastrar a sus familiares hasta la muerte desde la distancia y la comodidad de sus tumbas.
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